Nueva esperanza
Amo toda la verdad. A pesar del temor, el castigo oculto en el futuro. Más allá de mí y de todo mi conocimiento. Como si ese amor conocido, verdadero y total fuese a esperar y habitar en mi ser eternamente.
Soy demasiado hablador. Pero, así como estoy muy seguro de que yo lo soy, sospecho que, conmigo, lo son todos los demás. No creo en errores humanos fuera de los humanos, ni fuera de algún humano. Los espejismos siempre vierten su mal de la misma manera, por más intrincada que sea la trampa que los oculta.
He hecho esto antes. Reescribir. Volver a medir mis palabras. Esta vez, el impulso no es diferente. Ni mi anhelo de confesión y de justicia. De plenitud. La verdad, cara a cara, en su totalidad. La realización de todos los sueños. En todo tiempo.
Hace ya mucho tiempo que siento enferma mi alma de un mal que me asalta. Lo describiré lo mejor que pueda. Es un mal de ignorancia. Me hace moverme inseguro. Incluso reflexionar inseguro, que es el nivel más esencial de existencia para nosotros, los hombres. Los pensadores.
Reformamos, pero no estamos satisfechos. Para nosotros, la satisfacción es aún aquello congelado en el tiempo, remontándonos al origen del lenguaje, cuando una imposición interna reclamaba la saciedad de un deseo concreto. Una imagen, robada, precipitada, de la realidad a nuestra conciencia, irrumpiendo por primera vez en el mundo del que se reconoce a sí mismo y a su entorno. El principio de lo concreto.
Sería, con toda seguridad, una grosería y una bajeza pretender enseñar lo que no sé. Sin embargo, sin ánimo de enredarme en sofismas ilusos o absurdos, vacíos de moralidad, aún me siento precipitadamente necesitado, apasionado a decir que todo lo que no sé es lo único que sé. No soy el primero. Al menos, esto no lo ignoro.
La filosofía, la piedra preciosa del conocimiento humano, el punto más cercano de la divinidad en nuestra jurisdicción terrena, ha llegado hasta mí. Ha pasado también por mí. Y estoy obligado a comunicarlo a los desconocidos. La fe es la cooperación entre los desconocidos. Estoy encantado de dar esta buena nueva, de compartir este milagro del cielo.
Sin filosofía, sin examen moral, sin la buena esperanza de los que luchan por la justicia en su propio interior, con todas las fuerzas y el entusiasmo de su alma, hoy dudo que quisiera seguir viviendo. Pues hoy creo que estaría más que vacío por dentro. Mi alma no sería nada. Sería menos que nada. Pero esto no es así, sino al contrario.
Soy un principiante y estoy aprendiendo. No soy ningún maestro. Lo primero que pensé al poner este título al blog fue que muchos considerarían que se debe a un acceso de euforia y vanidad, y tal vez aún esto sea cierto, pero deseo justificarme, al menos, sobre este pequeño punto. Lo he llamado así porque, como he dicho, ciertamente creo que la filosofía también ha pasado por mí y que todo lo que puedo regalar al mundo con verdadero amor es mi filosofía.
Ese es el motivo por el que pongo el posesivo. La creo mi posesión más preciada. Aún pienso que la oculto demasiado tiempo, y como cualquier otro bien que no se consume a tiempo o que se espera a gastar demasiado, produce angustia e incertidumbre en el que lo retiene. Desgaste. Y qué puede producir más desgaste que la fuerza divina de la filosofía, fuerza de todas las fuerzas?
Ese es el motivo por el que pongo el posesivo. La creo mi posesión más preciada. Aún pienso que la oculto demasiado tiempo, y como cualquier otro bien que no se consume a tiempo o que se espera a gastar demasiado, produce angustia e incertidumbre en el que lo retiene. Desgaste. Y qué puede producir más desgaste que la fuerza divina de la filosofía, fuerza de todas las fuerzas?
Alguno me entenderá. Y a ese yo le amaré o le amaría si pudiera, y el me amará a mí, porque nos ayudaremos en el camino de la vida, el que sabemos que tiene como sumo destino la culminación de la filosofía humana. Nos ayudamos con este divino propósito y seguimos en la lucha intestina de nuestras almas.
El que quiera ver fervor religioso en mis palabras, puede hacerlo sin miramientos. Hace tiempo, me pareció decidir que casi todo lo hacemos mal por pereza, por desesperación y, en definitiva, por la maldad prematura que precede a la verdadera y pura reflexión filosófica, la más santa, responsable, justa y noble de todas las empresas humanas. Por tanto, en este punto, no me avergüenza considerarme religioso, porque de veras creo que un filósofo que se precie y que aprecie a todos los filósofos que le han precedido, filósofos que no ha conocido, de los que no ha cesado de imaginar sus pensamientos, debe serlo.
Soy demasiado joven para ocultar mi certeza sobre este punto y hay muchas experiencias que todavía no he pasado. No es ningún secreto o rareza que las que más temor me producen son la extinción de todo conocimiento y, en concreto, de toda la esencia de mi ser, de mi memoria y de los descubrimientos de mi alma, tanto para mí mismo como para otros.
Veo algo tan llano, tan inánime y gratuito el placer que no se ha ganado con esfuerzos profundos del alma. El alma, que sólo busca la belleza que más se le parece en cada momento, ignorando todo lo demás, sufriendo con toda su intensidad atrapado en un cuerpo mortal, en una tumba, como brillantemente señaló Platón de forma metafórica (y quizá no tan metafórica) en su Gorgias.
No soy académico, pero creo que me hubiera gustado serlo. Académico en el sentido original. Discípulo directo de Platón. Hoy no soy capaz de imaginar a un solo hombre que no desprecie su época. Pero la imaginación me obliga a figurarlos a todos aquejados del mismo mal que lo causa: la ignorancia. Ignorancia de no saber lo que pasará. No saberlo del todo. El orden de los acontecimientos, la fortuna, el trato de la posteridad, los favores de Dios a los hombres en la oscuridad de la Historia.
Como no lo soy, imagino sin perder el más pequeño instante cómo debería ser un verdadero académico, un formador de formadores. Formador político, moralista, es decir, una persona verdaderamente ética y profunda, comedida, justa. Un matemático. Pero no un matemático común o vulgar, sino un matemático excelente, que sepa cotejar sus propias reflexiones y decisiones con las leyes que rigen la naturaleza, tanto la inanimada como la animada. Tanto la física o animal como la humana, si queremos o no nos queda más remedio que reconocer que el hombre es un tipo de animal superior, sea o no divino.
Quiero escribir muchas cosas y es pronto para escribirlas todas. Más de una vez me ha aterrorizado, aunque quizá sea un término exagerado el que uso para describirlo, la idea de estar haciendo algo mal por no omitir mis palabras. Los iguales de nuestra época se enfrentan a unos retos inciertos que no me parecen en absoluto diferentes a los de otras épocas, si bien la tecnología ha cambiado y, con ella, las profesiones que constituyen y dan sentido a nuestra sociedad, ahora global.
En este panorama, me parece imposible ocultar nuestros pensamientos, planes, inquietudes por más tiempo. La dirección, seamos más o menos sensatos y moralmente fuertes para aceptarlo, es la contraria. Todo se hace cada vez más público y más rápido, pero es evidente que nos ha cogido de imprevisto, como les hubiera sucedido a cualesquiera otros que les hubiese tocado vivir en nuestra época.
Con todo, me parece absolutamente milagroso que hayamos llegado a vivir una época de tantos y tan maravillosos cambios, no sólo en la tecnología o en la ciencia, y que hayamos sobrevivido, al igual que nuestros ancestros más cercanos, para verlo, vivirlo y disfrutarlo. Si tuviera que dictar una sentencia sobre el sufrimiento, a riesgo de ser arrogante, diría, apostando mi dignidad con ello, que nos pasamos casi toda la vida quejándonos de las culpas que nos hemos trabajado a fondo, para nuestra deshonra y la de los incautos que nos creen, pues estos puede que nunca sepan, ni en parte ni en su totalidad, de nuestra mentira.
Para terminar por esta vez, quiero elogiar la actitud del filósofo sereno pero severo en sus principios, aquél que sabe medir con gracia, talento y ecuanimidad, la brillantez de sus predecesores, en especial, evidentemente, de los más destacados, como me parece ser el caso del fundador de la filosofía organizada, que es Platón.
No soy humanamente capaz de entender cómo se apega mi alma a la afinidad intelectual y moral de este extraordinario ser humano. Los detalles más pequeños se amplían en mi alma cuando leo o escucho sus escritos para absorber de ellos toda la sabiduría de humanidad que alcanzó con su experiencia, que quiso legar al mundo entero y, de hecho, lo hizo. Es la mayor inspiración viva que he conocido, y murió hace más de 2400 años.
Los filósofos del futuro sabrán que digo la verdad en este punto, con toda rotundidad. No hablo de logros vanos o vergonzosos, como podría ser el caso de la obtención de títulos inmerecidos o falsos para obtener halagos de la masa, la adulación de los ignorantes más salvajes y viles. Hablo de la determinación, la audacia y la perseverancia de un ser especialmente dotado para captar lo que realmente es y era la condición humana y qué hacer para transmitir este conocimiento por el bien de la humanidad. Deseo entenderme a mí mismo en este punto tanto y tan bien como deseo que me entiendan otros, porque creo que es sumamente importante decirlo y comprobarlo.
Siento que podría pasarme la vida entera reflexionando sobre el amor que él descubrió y despertó de forma tan pura y poderosa en su interior y en el interior de los demás, desde los más cercanos que tuvo en su tiempo hasta nosotros, en cierto sentido, sus ahijados. Pero en esto hay algo que también me perturba con enorme desasosiego, y es la cuestión de si el maestro estaría orgulloso de sus alumnos.
En este punto, tendría que apostar que en absoluto sería así, y que lo mismo que nosotros nos horrorizamos en la ignorancia por la fealdad que no podemos ver en la oscuridad y la imaginamos de forma intermitente, poco fiable y llena de ficciones, él, a mi juicio, la vería en toda su verdad, a toda luz, todo lo humanamente capaz que fuera posible y, probablemente, no podríamos, de esta forma, siquiera imaginar su indignación o su humillación como filósofo, es decir, como amante de la sabiduría. Recordemos que la sabiduría es el conocimiento de la verdad tal y como es.
Por este motivo, creo que tanto él como nosotros estaríamos de acuerdo, por fuerza, en que hay mucho que hacer por delante para convertirnos en verdaderos filósofos. Es un proceso del que no conocemos su final, pues sólo lo conoce Dios, que es el que ha hecho este divino regalo a los hombres, y no a todos los hombres, sino a los más selectos y dotados para ello. Porque despertar la sabiduría en los hombres no es tarea de la misma facilidad en unos o en otros y gran parte depende de la repartición que la naturaleza hace de sus dones. Cada cual, que lo compruebe por sí mismo y que no me haga caso a mí. Menos ciegamente.
Este era el mensaje de presentación que quería dejar en mi primera entrada del blog de filosofía que comienzo. Esta vez no será diferente, pero al menos intentaré ser honesto con la plasmación de mis pensamientos y la consecución de mis planes para dejar constancia de mi verdadera filosofía, mi vocación, regalo para los demás como lo ha sido para mí mismo. Muchas gracias al que haya leído, disfrutado o comprendido parte o la totalidad de lo que he hablado en este escrito y espero que le sea de provecho.
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